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  • Foto del escritorDurindana

Sin Nombre.

Escrito en 200?



Mi habitación siempre luce igual. La lamparita del buró sigue creando el universo en las cuatro paredes, que de día lucen pálidas y frías.


Por la mañana mi madre se levanta con paso ligero para dejar descansar a papá, que habrá llegado muy tarde, nuevamente. Cuando él sale de casa, prepara el escenario diario: la casa en orden, la comida deliciosa y llena el ambiente de una calidés que te invita a soñar. Siempre miré sus ojos con ternura, sobre todo cuando me llamaba con cariño a la mesa o a sentarme en su regazo a conversar.


La mayor parte de las veces la escucho hablar de sus cosas. Últimamente yo no tengo mucho que decir. La nostalgia de su voz acaricia los momentos de mi dulce infancia. Incluso defiende a mi padre diciendo que algun día comprendera lo orgulloso que debería sentirse de que yo fuese un hijo tan inteligente y bueno. Al mismo tiempo que su sonrisa brota con tales palabras, se apagan sus pupilas y corren por su rotro lágrimas de desesperación.


Papá casi siempre llega de madrugada, aunciando su entrada con un portazo. Sus pesados pies se arrastran por la escalera hacia el cuarto de su esposa. Todavía me estremezco al escucharlo murmurar torpemente, al tiempo que golpea con su puño las paredes de la casa. Ella lo acuesta. Trata de calmar con sus mejillas, que se tornan rojas, su iracunda mano. A veces lo detiene fácilmente, otras es inevitable que termine en su rostro una sombra horrible. Una "caída de las escaleras". A veces es necesario reparar las lámparas, los platos... los huesos.


Aún no sé que es peor. Lo único que puedo hacer ahora es tenderme a su lado cuando todo termina para consolarla. Ella parece comprender, enjuaga sus lágrimas y vuelve a ser "madre" de nuevo. Arropa a su atacante, quien se ha quedado dormido con los zapatos puestos. Entonces es cuando la acompaño a mi cuarto. Ella enciende el finito universo giratorio de la lámpara de noche y deja entre abierta la puerta enviandome un beso. Cuando está dormida, me gusta sentarme a un lado de su cama a contemplar su expresion tranquila, en ocaciones pronuncia mi nombre y sonríe. Eso me hace feliz a pesar del tormentoso día a día.


Hoy mi mami se muestra muy reservada conmigo. Incluso no estuvo mucho tiempo en la casa desde que su marido salió por la mañana. Ha ido al banco haciendo pagos, visitó brevemente a mi abuela, quien la miró angustiada partir de su hogar. De regreso, se dirigió a su armario y envolvió su cuerpo maltratado en un vestido de seda azul, se calzó las zapatillas delicadas que tanto me gustan. Peinó su cabello y maquilló su rostro dándole vida y color. Se miró al espejo. ¡Qué hermosa eres mami! Sonrió. Tomó su bolso y se dirigió a mi cuarto.


Se sentó en la cama y miró a su alrededor. Prendió la lamparita y comenzó a bailar dando giros enredando su cabello con las estrellas luminosas que la acompañaban con su ritmo pausado. Alzó los brazos y respiró profundamente. Apagó la lamparita y la llevo consigo, como cuando me llevaba a pasear al parque envuelto por su calor. Salió por la puerta. Yo traté de seguirla y por un momento pense que la había perdido en el puente. Tanta gente me confundió, pero las ondas de su cabello y de su vestido me saludaron a la mitad del recorrido descendente.

Miraba al horizonte.


Mi padre regresó transformado en una bestia que gritaba, golpeaba; el desastre se miraba por todas partes. Llegó frente a la puerta de su recámara.

No encontró consuelo.

Apretó los puños.

Se dirigió a mi cuarto. Cerrado.


Estrelló su cabeza con frenético ritmo, como si no quisiera recordar la última vez que me habia mirado. La última noche cuando era mi cuerpo el que se convulsionaba en un charco de sangre. Mi pequeño rostro horrorizado y triste transformado por la fuerza de sus manos y pies. Cansado, derrotado, esperó despierto en el pasillo a mi madre. Necesitaba el reconfortante calor de sus brazos, sus frases llenas de ternura y sus ojos llenos de amor.

¿Quién le perdonaría ahora? ¿A caso aquel lecho, que ya le parecía enorme y oscuro?


Ella nunca más regresó con él. Fuimos juntos de vacaciones a la vía láctea, aprendí como se llamaba cada astro y cada cosa creada en el Universo. Casi todas... porque tratandose de mi padre, su mente, su corazón y su porqué... no tenían nombre.





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