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  • Foto del escritorDurindana

Migraña

Actualizado: 4 sept 2020


Hace mucho que no me tumbaba una migraña. Tuve que parar y retirarme a mi habitación, cerrar las cortinas, recostarme en la cama y cubrirme con la sábana que parecía pesar una tonelada.


Podía sentir punzante el dolor en mi cráneo cada vez que mi corazón bombeaba sangre. Y el aire que respiraba parecía rasgar por dentro mis órbitas, golpear mi frente y terminar por arrancarme la sien; como si el camino hacia los pulmones no le importara.

Tragaba saliva lentamente por una garganta llena de espinas. Y aún con los ojos cerrados, la penumbra del interior me hería como un rayo degradando mi cerebro humeante.


El deseo de que alguien apagara el fuego en mi cabeza o la hiciera reventar de una buena vez no era nuevo para mi. Lo extraño fue que logré quedarme dormida pronto y comenzar a soñar.


Cuando abrí los ojos, todo estaba en silencio. No sentí dolor, ni me desorienté al saltar rápido fuera de la cama. Además del hambre y la sed circulando en mis pensamientos, me encotraba repitiendo escenas de un extraño sueño que al parecer fue indicio de un poco de fiebre.


Pero ahora todo parecia estar bien.

Fuí descalza hasta la cocina y revolví un poco la nevera. Aparentemente no había electricidad y todo apestaba de forma desagradable.

El umbral de la entrada estaba todo revuelto. Como si un tronado hubiese abierto la puerta y avanzara por el corredor hasta la estancia. Dejando boca a bajo algunos muebles y destrozando la lámpara de la mesita donde el teléfono había desaparecido.

De pie, en medio del caos, estaba Rubén. Mirándome con sus ojos muy abiertos y respirando agitadamente.


-Cariño mío! He tenido una migraña terrible y un sueño perturbador.

No lo recuerdo del todo, pero estaba vestida como en los 60's con un pantaloncillo corto y unas botas largas. Semejante a las chicas que salían bailando en los programas de variedad.


Estaba en un lugar lleno de personas extrañas. No podía entender lo que hablaban, solo que deseaban lastimarme por alguna razón.

Quizá fue... por el bebé. Si... recuerdo que en algún momento estuve en una habitación donde escuchaba a un pequeño llorar. Lo vi en la cama desconsolado, parecía sucio y hambriento. Abandonado. Nadie estaba ahí ocupandose de él.


Me recordaba a mi hermano Luis cuando era pequeño y estaba a mi cargo por la ausencia de mi madre por el trabajo. Mi instinto me hizo tomarle en brazos y mecerle para hacer que se calmara. Por un momento así fué. Sentí su calor y como se aferraba a mi cuerpo. Una pequeña mordida en el pecho me sorprendió. Suavemente se volvió a acurrucar ahora junto a mi cuello. Y ésta vez fui yo quie no pudo resistir masticar entre mis dientes la carne de su tierna mejilla.

En ese momento noté que ya no estabamos solos. Me hicieron soltarle y tuve que correr.-


-Tengo sed y no hay nada en la nevera. ¿En qué momento hubo un apagón?

No sé como llegué a casa. Pero tenía que ocultarme. No supe donde más podía ir.

Alguien trató de sujetarme. Le rasgué la ropa peleando. ¡Quería matarme, estoy segura!

¡Fué horrible!


El sueño era tan real que podía sentir como golpeaba mi cabeza contra las paredes y la sangre brotando. Me dolía la quijada pero mordía con toda la fuerza que podía para quitarme de encima a mi atacante.

Quizá fue la migraña lo que hizo que soñara todo eso.

Pero... ahora me siento mejor. No me duele nada. Necesito beber y un poco de comida. Solo un poco para calmar... mi hambre.

Eso seguramente me ayudará a recuperarme por completo.

¡Ayúdame cariño!

¡Necesito algo de comer!-


Rubén comenzó a llorar y se alejaba de mi cuando avanzaba buscando abrazarle. Miré con más atención y tenía hecha tiras la camisa manchada de sangre y heridas en los brazos. Como si un animal salvaje lo hubiese atacado.



-Pero... ¿que te pasa Rubén? ¡soy yo!-


Fué entonces que giré la cabeza para mirar el espejo roto que colgaba precariamente de la pared y pude ver solo la mitad de mi rostro apenas reconocible. Mi cabeza abierta con pedazos de carne putrefacta que no alcanzaban a cubrir mi cráneo. Reparé en los huesos que se asomaban en mis brazos hechos girones.


Cuando volví a mirar a mi esposo solo tuve tiempo de estirar mi mano antes de que disparara un proyectil de pólvora desde su escopeta. La cual no dudo que después usó para volarse a sí mismo los cesos.


La migraña no volvió más.



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