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Foto del escritorDurindana

Libre.


Siempre fuí un solitario, nunca encajaba mi personalidad tan especial. Inclusive, al convertirme en un inmortal, esa característica se acentúo aún más.

Mi aspecto sobrenatural nunca me preocupó, por el contrario, me gustaba causar sensación cuando alguien se atrevía a mirar fijamente mis ojos tornasol a media noche, enmarcados por las cejas negras y abundantes que hacían juego con mi cabello y botas. El cliché del atuendo negro para los vampiros me causaba risa, así como me burlaba cínicamente de otras tantas creencias de la población.





Mi condición era un secreto a voces, pero con el pasar de los años los seres humanos dejaron de creer y nos ignoraron a todos. La violencia que crecía en las calles los hizo más vulnerables y fáciles de cazar. Para mí la diferencia entre una sangre u otra era inexistente. Siempre fui un egoísta, así que no reparaba en tomar una vida u otra.


Lo único que aún provocaba mi asombro y mi respeto eran las fuerzas de la naturaleza. La lluvia, los animales, las plantas trepando a través del concreto roto, el sol…


Al principio la inmortalidad me pareció un plato delicioso. Infinitas posibilidades, de vidas, de momentos que descubrir, con todo el tiempo para disfrutarlas.

Recorrí muchas veces y en distintas décadas las mismas calles; se transformaban con la llegada de lo nuevo y dejaba hermosos recuerdos de tiempos que dejé atrás.


Parecía muy rápido el transcurso de los días, pues carecían de significado y en varios momentos me quedaba en el vacío de la rutina. Me sentí frustrado después de poseerlo todo, de tener la libertad de hacer lo que quisiera. En la vida nocturna podía causar la destrucción total y comenzar de nuevo. Por eso perdí mi interés en la noche. Y al huir del amanecer sofocante me di cuenta de que en realidad no valía nada si no podía siquiera poner un pie fuera de mi refugio durante el día.


El deseo limita nuestra razón, sea cual sea el objeto de este, la reacción es la misma. Poco a poco perdemos el sentido de lo que es prudente e inclusive echamos por la borda nuestro instinto de supervivencia.


Ya no me bastaba ser dueño del mundo bajo las luces nocturnas, en verdad lo quería todo, lo deseaba. Y dejé que ese deseo corrompiera mi existencia.

Santeros, brujas, cualquiera que tuviese conocimiento de lo sobrenatural lo mantenía a mi lado, aprendía y practicaba, tratando de encontrar la forma de volver del exilio en que me encontraba.


Me tomó un tiempo buscar en la dirección correcta. Pero entre el mito y lo real encontré a individuos cuyo arte y vida se basaba en cambiar su apariencia para recorrer el mundo durante el día o la noche. Una magia inexplicable los convertía en bolas de fuego, animales y humanos que eran temidos y respetados. Si yo tomaba sus conocimientos y los aplicaba para mi beneficio, podría realizar mi deseo de volver a caminar bajo la luz del sol. Así que por algún tiempo me enfoqué solamente en ganarme a los brujos Nahuales, desconfiados por naturaleza, difíciles de encontrar y de seguir.





En su comunidad tan cerrada tuve que dar prueba de que no era cualquier hombre; que era una especie de criatura superior que merecía la inmortalidad completa. Lo más difícil fue convencerlos de que un vampiro o “caminante nocturno” como ellos me llamaban, no sería un peligro para el equilibrio de la naturaleza. Su regla primordial era no alterar los planes que la madre tierra había concebido para nosotros. Ellos y nosotros los vampiros existíamos por una razón, aunque esta aun no fuera descubierta por sus criaturas, debía ser respetada.


Al fin, pasando pruebas inimaginables y con extrema diplomacia, logré pedir que me ayudaran en mi búsqueda de la verdad. Fingiendo la aceptación de sus principios y renunciando a cualquier intención poco humilde, los convencí de hacer el ritual para poder convertirme en un animal, que pudiese andar por el día sin peligro de morir envuelto en llamas y por la noche ser vigilante entre las sombras con mi forma humana.


Sin sospechar nada, se celebraron los preparativos y la ceremonia iba en progreso con la presencia de los más sabios y poderosos.

Al iniciar pude controlar mi impaciencia y comportarme dignamente. Pronto un sin fin de sensaciones se presentaron de golpe y me tumbaron en la tierra húmeda. Me sentía mareado entre las voces que repetían las mismas palabras si pausa alguna y el aroma de lo ofrendado se mezclaba con lo que me rodeaba.


En el instante en el que la luz nace de entre las montañas mi cuerpo comenzó a quemarse. Asustado e inmóvil, comencé a preguntarme si en realidad había caído en manos de un exterminador que aprovechando el momento iba a eliminarme.

El dolor era insoportable y pronto mi piel comenzó a caer como si fuera papel hecho cenizas en el aire. Me sacudía en el suelo mientras se descubría pelo plata y negro por todo mi cuerpo. ¡Funcionaba!


Trataba de soportar la espera atrayendo a mí recuerdos de la última vez que la luz del sol tocó mi piel. Quería recobrar la sensación que pronto sería de nuevo una realidad.


Los rayos ya disolvían las tinieblas y la primera bocanada de aire inundó mis pulmones. Viví, morí y he vuelto a nacer.

Adolorido y con los ojos nublados al adaptarlos a la luz, me puse de pie en mis cuatro patas, moviendo la cola sin control y con las orejas como radares buscando el equilibrio y la fuerza para empezar a caminar. Paso a paso mis patas se movían más rápidamente entre el lodo y la hierba. Era como si el viento me levantara sin efecto de la gravedad. Aun cuando mi respiración se agitaba, pronto me acostumbré a mantener el ritmo, absorbiendo el aroma del campo y de aquello que me esperaba más allá de los árboles.


Se me hizo una advertencia, pero todo parecía tan increíble que quise probarme a mí y mi nueva apariencia para no tener dudas de que era real.

Dejando los gritos atrás me escurrí entre la maleza, aprovechando todo instante para escapar. Cerraba los ojos por momentos para tratar de descifrar los olores que se agolpaban en mi nariz. Podía sentir el calor que no solo acariciaba mi pelaje, si no también provenía de mis entrañas que volvían a palpitar.


Sin querer esperar nada más seguí mi carrera cuesta abajo, pensando solamente en mis ganas de verlo todo a la luz del día. Ahora me rodeaba un mundo distinto al recorrido por la noche. Me dispuse sin demora a ver las calles repletas de personas, las construcciones. ¡Por fin! no solo regresaba a mi antiguo mundo cuando era humano, ahora sería dueño del día y la noche.


La emoción inundaba mi cabeza al comenzar a ver las primeras casas. Fue hasta el segundo disparo que me percaté de la presencia de los pobladores, quienes ahora venían tras de mí. En un principio no comprendí de qué se trataba la persecución. Pero después de todo, una criatura salvaje cerca del ganado rondando a plena luz del día, no era otra cosa que algo indeseable. Un animal desesperado por el hambre en busca de alguna presa era muy peligroso. Urgía deshacerse de la bestia.

Una bala me hizo comprender que mi condición había cambiado a la de un lobo casi normal. Tal vez viviría más, pero no me garantizaron nunca ser inmune a las armas. Así como sentí intensamente el cálido día en mi cuerpo, ahora me atravesaba el fuego de la pólvora por la cadera.


Aferrándome a mi instinto de supervivencia me alejé torpemente hacia los árboles. Me resguardé por un momento de mis cazadores, sin embargo, la sangre y el aliento se me escapaban. Sonreí débilmente antes de abandonar mi lucha. Traté de regresar a mi forma original, pero estaba tan débil que me di por vencido. Ellos aparecerían frente a mí en cualquier momento.


Cuando llegaron encontraron el cuerpo de un hombre de increíble palidez, cabello negro y cejas abundantes enmarcando unos ojos moribundos tornasol. Un rostro que asomaba los colmillos de una fiera en una mueca de dolor.

El sol que se abría paso entre las copas de los árboles chocaba con mi piel convirtiéndola en cenizas. Por fin... era dueño del día.

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