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Foto del escritorDurindana

Final y principio.



10/01/2016




Después de tu partida, sabía bien que mi vida debía seguir. Exhausta y dolida me hice de tus pertenencias para estar contigo a solas una última vez.

Dejé que me rodearan tus cosas en mi cama, aferrándome a tu fragancia. Quizá de esta manera te extrañaría un poco menos.

Todo me hablaba de ti de forma familiar. Repetían recuerdos e historias muchas veces contadas.


Sin saber cómo, sonreí.  Hasta que mi vista paró sobre tu cofre de tesoros. Desde niña, me intrigaba su contenido. Siempre me diste lo mejor de ti. Pero había una parte que no deseabas que me tocara. Todo eso, parecía estar encerrado en esa pequeña caja, mantenida fuera de mi alcance hasta hoy.





El silencio me abrazaba y compartía la incertidumbre cuando revolví buscando la llave un poco oxidada.

La caja de Pandora vino a mi mente en cuanto las bisagras se movieron.  Cartas, listones, pasajes, fotografías. Cada uno semejaba la pieza de un rompecabezas, delicadamente acomodado en ese corto  espacio. Dudé por un momento.


El papel doblado, mostraba trazos incomprensibles y borrosos. La firma al final de toda la correspondencia era la misma: R. F.

Algunas palabras sueltas daban a entender la estreches de la relación entre destinatario y remitente.




Muy al fondo siluetas en blanco y negro, asomaban sus rostros desconocidos.

Asumí que aquellas, eran fotografías de fiestas con los compañeros de trabajo. Navidad, tal vez año nuevo. La mayor parte de mi niñez me preguntaba cómo era ese mundo. Ese lugar del que llegabas con tu uniforme lleno de chocolate y caramelo, con tu rostro cansado pero dispuesto a darme el beso de buenas noches después de escuchar mi día en la escuela.

Tu ausencia en mis recitales pude comprenderla hasta que yo misma me convertí en madre. Más aún cuando el padre de mis hijas nos dejó atrás, para comenzar de nuevo con otra familia.





Estas imágenes debían ser diferentes, pues, ¿qué caso tenía ocultarme tu vida en la fábrica? El mirarlas con detenimiento me dio la respuesta. Ahí estabas tú con una linda sonrisa, como las que solías dedicarme cuando te sentías orgullosa de mí. No estabas sola. Un hombre que se repetía en las demás fotografías te rodeaba con sus brazos.

Solía decir que no necesitaba a nadie más que a ti, así dejaba de lado las explicaciones desagradables, cuando me señalaban por falta de padre. Tú no alimentaste mi curiosidad y atenuaste los momentos en que deseaba saber de dónde provenía.

Quizá también ayudó que no deseaba más que ocultar mis sentimientos y seguir adelante.

Atada a los restos de un sobre, la última imagen reflejaba una versión pequeña de mí. Ni siquiera  recuerdo el momento en que fue tomada. Por la parte de atrás reconocí tu caligrafía dedicando con amor y en mi nombre la fotografía a R.F.



Una mezcla de tristeza, esperanza y miedo hizo temblar mis manos. Tantas preguntas sin responder.


No pude evitar escuchar en mi mente tu voz molesta diciéndome que soy igual a mi padre. Nunca comprendí del todo a que te referías entonces. Con lo que tenía ahora en mis manos era difícil reconocer fielmente sus rasgos en una escala tan pequeña.  Tenía cierto alivio, como si diera un primer paso para llenar el gran vacío que con el que cargué toda mi vida. Irónico que la ausencia pese tanto.




Dejé por ese instante de sentirme tan sola en este mundo. Fue como en mis primeros cumpleaños, al abrir la caja que dejaste en mis manos, estaba segura de una cosa. Una nueva y emocionante etapa de mi vida estaba por comenzar.



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