27/07/2016
Mucho tiempo en el tren adormecía mis piernas. Era necesario recorrer con paciencia todas las estaciones. No llevaba prisa, no había un itinerario que seguir. Solo tomé mi camino como si fuese el mismo que recorría todos los días hasta el trabajo.
A pesar de la diferencia en la ruta, mi mente no distinguía todo el tiempo que me tomaba de más. Con la cabeza gacha, miraba la punta de mis zapatos azules un poco desgastados. Eran mis favoritos, así que mostraban el gozo de traerlos conmigo el mayor número de ocasiones.
Esta vez no llevaba bolso, libros o mi celular con los audífonos gobernando mis oídos. La música, una ópera dramática, que nacía directamente de mi cabeza, me aislaba del murmullo urbano. El contenido de mis bolsillos consistía en las monedas necesarias para el transporte y las llaves de casa. Como si despertara del sueño, me percaté de la salida apresurada de los otros pasajeros. Habíamos llegado a nuestro destino. Con movimientos torpes y entumidos, me dirigí a la salida. Todas las personas formaban una oleada de estrés, ansiedad, voces alteradas, aromas artificiales y miradas iracundas. Parezco tan insignificante, que a pesar de ir contra corriente y con paso lento, ninguno me detiene, puedo seguir mi camino sin inconvenientes.
A pocas cuadras se encuentra el Instituto. Hace mucho que debí venir. Antes de irme a vivir con un hombre cuyo amor y compasión son tan grandes que he tenido que abandonarlo. Antes de tener al pequeño fruto de nuestra unión, tan perfecto que no he podido más que deshacerme de él en un arrebato. Quise vivir mi cuento de hadas, mi sueño más querido. Las advertencias de mi padre fueron en vano. « ¡Recuerda a tu madre! No puedes llevar una vida así. ¡Tarde o temprano lo destruirás todo!»
Pero con mi esfuerzo había logrado tener mi casa de ensueño, mi esposo, mi bebé e incluso un hermoso perro. Así que su voz, junto con mi pasado, se disolvía como si solo hubiese sido una pesadilla.
Me rogaron tantas veces, buscaron convencerme. Incluso una ocasión me forzaron y por poco tienen éxito. Ahora que he caído presa de mi enfermedad convirtiéndome en un monstruo, es cuando sin remedio soy yo quien busco el encierro.
Al cruzar la puerta el ambiente es frío. La gente alrededor no se ocupa mucho de mí. Escuchan mi nombre y mi propósito con los ojos muy abiertos, pero en total silencio. Relato mis últimas horas en casa al Director. Todo a detalle. De inmediato soy admitida, enviada a una habitación, mientras se encarga de avisar a mi esposo y a las autoridades pertinentes. Alcanzo a escuchar voces alteradas que le responden en el auricular.
Nunca desee tanto que me borraran todos de su memoria. ¡Sufrirían tanto por mi culpa! Perderlo todo puede volverte loco. Mi madre lo supo, mi padre, yo siempre lo supe y lo negué. Ahora él tendría que vivir con la muerte de su hijo, la visión atroz de un perro mutilado y la demencia de su mujer. ¿Acaso papá sabrá consolarlo?
Miro al cielo por la pequeña rendija del cuarto acojinado por donde se cuelan los rayos del sol. El pequeño recorte de azul me hace recordar mis zapatos, el color de tus ojos y la pintura de la habitación de nuestro bebé. Los días han pasado llenos de dolor y remordimiento. Los arañazos en mi piel son muestra de ello. Ha sido casi insoportable. He decidido irme, perderme en ese infinito azul. No quiero recordar, ni saber. Voy a desaparecer. Escaparé lejos de todo, volando por esa inmensidad. Sin medicamentos, locura o muerte.
No aviso a nadie ni llevo nada conmigo. Después de todo este es el último viaje que hago en mi vida.
La premisa para escribir este relato era incluir un lugar real en la historia.
Fotos de mi autoría.
HOSPITAL PSIQUIÁTRICO INSTITUTO MEXICANO DEL SEGURO SOCIAL
“Hospital San Fernando”
Av. San Fernando No. 201, Tlalpan, México, D. F.
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