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Foto del escritorDurindana

Cihuatontli.


Soy de esos viajeros que pertenecen a todo el mundo, pero aún no encuentran un sitio al cual llamar hogar.


A pesar de haber comenzado a vivir con la mochila al hombro a edad madura y no en mi juventud como la sociedad dicta que debe ser, he logrado tener muchas experiencias realmente inolvidables. Conocer los paisajes que solo admiraba atónito desde un monitor en la comodidad de mi sofá ha sido maravilloso sin duda.

¡Y la gente! ¡Oh por Dios! ¡Qué de oportunidades de convivir con tal diversidad de pensamientos, sentimientos y costumbres!


Ha sido satisfactorio. Unas vidas tan interesantes y ricas, pero al mismo tiempo tan sencillas y humildes.

Siempre los más ancianos me han regalado historias extraordinarias.

La más impresionante de todas proviene de un pequeño pueblo de Tlaxcala, San Esteban Tizatlán.

Fui a parar a la zona arqueológica como cualquier turista ocasional. Pero al buscar en los alrededores di con los talleres de los artesanos ebanistas de la región. Al charlar con ellos me di cuenta de cuan antiguo es su oficio.


El más conocido de todos era Don Carlos. Ya un hombre de avanzada edad que lleva en sus manos y en la mirada la magia que le da la experiencia tallando la madera.

La primera vez que visité su casa quedé maravillado por la calidés con la que se me recibía. Sus nietos tuvieron la amable atención de ofrecerme alojamiento en su hogar lleno de hermosos detalles hechos por la misma familia.


Don Carlos tenía poco de andar delicado de salud, así que por ahora dedicaba sus ratos a supervisar el trabajo de sus hijos y nietos en el taller desde una sillita de madera oscura que tenía relieves de pájaros y flores pertenecientes a la región.

Un trabajo único decian. No hay ninguna otra silla igual en todo el estado, ni en todo el mundo, lo mismo pienso yo.


Al menos eso argumentaban los pobladores de San Esteban. Solo lo puse en duda cuando la primera noche de mi estadía en su casa pude alcanzar a ver una habitación pequeña que tenia junto a la ventana una silla muy parecida a la de Don Carlos pero un poco más pequeña. Y era ocupada por una muñeca con el rostro finamente trabajado en madera, bien supuse obra de las hábiles manos del mismo artesano. Esa no fue la ultima vez que vi ambas maravillas, por el contrario. La pequeña, acompañada siempre de su silla era colocada en diferentes habitaciones, a ciertas horas. Como si de una ñiña real se tratara.

-No se toca... ¿eh?- Me dijo Doña Felipa una de las hijas más grandes del ebanista, cuando me sorprendió mirando muy de cerca los detalles en el rostro bien construido de la muñeca.

Igual que todos debía respetar a la "cihuatontli" ("la niña" dicho en lengua náhuatl)

Más que intrigado por esta costumbre tan peculiar me puse a indagar sobre su origen.

Con toda la naturalidad del mundo la misma Felipa me respondió que era su hermana Dolores.

Al ver mi rostro confuso comenzó a contarme a cerca de cierta costumbre en el pueblo.

Desde aquellos años en los que llegaron los españoles a Tizatlán existieron las muñecas en las casas de los colonizadores. Al principio los niños tlaxcaltecas jugaban con los huesos de los sacrificados al dios del inframundo Mictlantecutli. Pero los españoles comenzaron su evangelización y el término de esta "barbarie" sustituyendo los restos por muñecas de otros materiales diferentes a las de sus familias.

Todo con miras a educarles y salvarles con su religión.

Pero como todo pueblo en México, esta nueva forma de mirar el mundo fue adoptada y mezclada con sus propias costumbres.


Así que se empezaron a elaborar muñequitas de madera representando a los difuntos para las ofrendas mortuorias y de ahí, con el paso del tiempo, al ser tan parecidas a sus modelos anteriormente vivos se les dió una mayor importancia.


Aún ahora prevalecía en San Esteban la tradición de que los maestros ebanistas hacían una réplica pequeña casi realista de la niña o el niño fallecido, sobre todo si su muerte había sido a causa de alguna extraña enfermedad o acontecimiento.


Así fue el caso de "la cihuatontli" quien perdía su nombre mortal para ser recibido su cuerpo viejo y maltrecho en el Mictlan.* Preservaban con ellos su espíritu por medio de la muñeca que debía ser construida y terminada el mismo día del fallecimiento. Como una especie de urna, pero a la que se le debían dar los cuidados correspondientes como a cualquier otra infante. Solo que estos eran eternos.


Se utiliza la mejor madera de tlaxixtle de la región para realizar el cuerpo completo. Tomaban en una ceremonia previa a la incineración o sepultura de los restos, cabello suficiente para hacer una peluca para la muñeca del inocente difunto. Incluso la ropa era elaborada con las mismas prendas que utilizaban en vida. A excepción del "ropón" blanco que vestía solo el primer día que era entregada a la familia.


Don Carlos había hecho muñecas como su "niña" para varias familias de la región... por desgracia. El sufrimiento ante la pérdida menguaba un poco a través de esta preservación de la escencia. Y se volcaba el amor de los dolientes en estas pequeñas criaturas de madera.

Por ello la muñeca en la familia era cuidada y respetada por todos. Se le transportaba a donde quiera que la niña quisiera por la casa, sentadita en su silla.


Días después de que hablé con Felipa sobre su hermana, Don Carlos tuvo una recaída que lo hizo permanecer en cama. Junto a él día y noche permanecía su hija de madera. Como guardiana de la salud de su padre. Aunque más bien, sentía yo que lo que haría sin duda sería saltar de su silla para tomarle de la mano y conducirlo a su descanso eterno. En esa última noche de mi hospedaje en Tizatlán "la niña" parecía más viva que nunca. Mirándome inamovible desde su puesto con las manitas reposadas en su vestido de manta bordada.


Semanas después de haber viajado a una nueva latitud y longitud regresé a casa con muchas más fotos y recuerdos de mis viajes. Me recibió mi vecina con una caja llena de correspondencia que me hizo favor de recoger en mi ausencia. Entre anuncios de paquetes de viaje y avisos de facturas resaltó una carta personal. Cosa extraña en estos días que todo es llevar y traer noticias por medio de Messenger o WhatsApp.


Ansioso después de mirar que el remitente pertenecía a San Esteban Tizatlán, abrí el sobre con las manos temblorosas. La hoja escrita a mano por uno de los nietos de Don Carlos me anunciaba su partida de este mundo. Aún cuando era de esperarse, la confirmación hizo que mi corazón se detuviera de tristeza por un momento.


Y enseguida me recorrió un escalofríos cuando la misiva contaba que la misma noche que el artesano había fallecido inexplicablemente "la cihuatontli" desapareció de su silla. Y no se le ha visto de nuevo.


Desde entonces he tenido sueños de vez en cuando donde me miro a mí mismo regresando a Tlaxcala. Visitando de nuevo la casa de Don Carlos, pero esta vez me conducen a la habitacion donde se miran un par de muñecos de manera. Una niña y un anciano, ocupando cada quien su su silla con flores y pájaros labrados con tal detalle que parecen cobrar vida a su alrededor.




 

*Mictlán. Lugar de los muertos, el inframundo para los tlaxcaltecas.



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