Eran alrededor de las tres de la madrugada, cuando el sonido estrepitoso de un golpe me despertó. Salté de la cama para revisar. Pero todo a mi alrededor estaba intacto. Un poco confundido y somnoliento regresé a dormir.
Más tarde, el día transcurría como cualquier otro. Lleno de estrés. Me enterraba entre papeles y trámites de oficina para no tener que pensar en que ya era demasiado viejo como para arriesgarme a que me rompieran de nuevo el corazón. La rutina me apartaba de todos. Así había silencio en lugar de reclamos y juicios sobre mi vida. Luego, casi a la hora del almuerzo, un tintineo en mi celular me recordaba tu cumpleaños. Pasó mucho tiempo desde la última vez que tomamos un café.
Eres mi mejor amiga y aún hay mucho que reservo para mí solamente. A pesar de que te aburría con mis conversaciones superfluas y evadia tus ansias de conocerme más a fondo; tú seguías pidiéndome que no dejara pasar la oportunidad de platicar. Me recibias con tu mirada amable y una sonrisa. Escuchabas atentamente cada palabra y te despedías con un cálido abrazo enunciando un te quiero. Luego no me molestaba si quiera en verte partir.
Pensé si sería arriesgado marcar tu número telefónico para felicitarte. No deseaba que pasara inadvertida la fecha, pero pocas ganas me impulsaban a alargar todo a una conversación tratando de responder sin mentiras un "¿cómo estás?"
Contemplaba en mi mente la posibilidad de enviarte solo una de esas cursis fotografías con gatos, pasteles y gorros de fiesta.
Alguien me sacó de ese limbo para exigirme regresar a mis labores antes de ir a comer. Eso dejó por completo fuera de mi memoria la felicitación pendiente.
A pesar de la carga de tiempo extra en el trabajo en todo el momento me envolvía una sensación de apuro. Lo justifiqué pensando que todo era por mi ansiedad y estrés. Salí como siempre deprisa entre empujones del subterráneo. Aún me esperaban 2 cuadras para caminar.
Llamó mi atención la oscuridad extrañamente profunda. A pesar de las luces de la calle, parecía que el negro de la noche las consumía. Vi una silueta menuda con cabellos largos y alborotados que parecía esperarme al pie de los escalones de mi edificio. Haciendo un repaso en mi memoria de los vecinos con los que me cruzaba a diario no daba con la identidad de esta figura que inclinaba de lado la cabeza entre más me acercaba.
De repente recordé cuando me esperabas después de clases con tu mochila golpeando tus rodillas. Con tu pinta de chiquilla desgarbada y sin una gota de maquillaje. Justo tu cabeza hacía ese gesto cuando veías que caminaba con desgano. Tu sabías por que. Así que me acompañabas mostrandome tus dibujos haciéndome olvidar por unos minutos lo que me esperaba después de la escuela. Dejaste de hacerlo cuando me mudé para alejarme de todo lo que me atormentaba. A pesar de la distancia procurabas llamar o dejar mensajes para saber de mi paradero en cambio constante. Siempre sonriente. Solo una vez vi tus ojos ensombrecidos por la tristeza cuando no pude ocultar mi dolor por el desamor de una mujer. Te recordaba tan vividamente en estos momentos que llegué a pensar que la luz de repente me dejaría ver tu rostro en la penumbra. Tu cumpleaños... En verdad lo habia olvidado de nuevo. Estaba a punto de apresurar el paso a tu encuentro cuando un rayo helado me clavó en mi sitio. De pronto recordé que no había modo que tuvieras mi última dirección. Hasta hace poco no tenía intenciones de mudarme, pero tuve que hecerlo tan deprisa que a regaña dientes pedí alojamiento de emergencia en un pequeño departamento rentado de alguien que apenas conocía del trabajo.
Tan de improviso como todo eso inundó mi mente comenzó a sonar mi teléfono móvil haciendome saltar torpemente hacía atrás. Saqué mi celular para ver tu foto en la llamada entrante. ¿Cómo era posible? Miré de nuevo al frente y la calle apareció vacía. El olor a lluvia estaba anunciando que pronto caería una tormenta. Al responder el teléfono se escuchaba tu respiración acelerada y un ruido extraño de fondo que me recordaba al paso del tren cerca de tu casa. Se cortó la llamada dejandome completamente confuso.
Las primeras gotas en mi cabeza hicieron que me apresurara a entrar. Una vez en el departamento caí pesadamente en el sillón teléfono en mano. Quería llamarte pero una parte de mí esperaba que volvieras a marcar tú. Tenía miedo de responder y encontrarme con respuestas que no quería escuchar. La incertidumbre me estaba matando.
En automático activé regresar la llamada. De nuevo apareció tu rostro sonriente acompañando el tono de marcado en la pantalla. Alguien del otro lado de la línea respondió.
Aliviado comencé a recriminarte por hacerme ésta broma de mal gusto llamando y colgando. Sin embargo el llanto que escuchaba en el alta voz me interrumpió a media frase.
En ese momento noté que el timbre de voz no era tuyo, a pesar de que se parecía bastante.
Mi hija tuvo un accidente... Ya no está con nosotros. Volvieron los sollozos ahogados a inundar mi oído. Era tu madre quien respondía débilmente como la pena se lo permitía. Me dijo que solo hallaron los restos de tu coche destrozados por el tren. Al parecer antes que saliera el sol habías salido a no se dónde... Cruzabas las vías y el auto se convirtió en una trampa cuando no quizo marchar más. Nadie entiende por qué no esperaste a que pasara el tren, porqué no alcanzaste a salir, por qué tomaste ese camino tan temprano. ¡Todo parecía tan normal! Te conozco y sé bien que no habia sido planeado. Me habrías llamado si tenías algún problema antes de tomar una desicion tan definitiva. Pero el registro del cel estaba vacío.
No pude hacer más que dejar caer el aparato para cubrirme el rostro. Todo lo que queria decirte quedó atrapado como un nudo doloroso en mi garganta. El ambiente en tinieblas a mi alrededor se tornó helado y temblaba sin control. Tu abandono me llenó de ira y me levanté de pronto. Saqué la cajita de fósforos de mi bolsillo y dije con sarcasmo mientras encendía uno frente a mi rostro: Pues... ¡Feliz cumpleaños nena! Entoces, tu lo apagaste para mí.
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