Pipo es mi mejor amigo en el mundo. No importa cuántas veces lo tiren a la basura, siempre regresará conmigo. Es mi fiel guardián, mi compañía y puedo contarle todos mis secretos. Si él está a mi lado no le temo a la oscuridad.
En la escuela, han dicho los mayores que ya no soy un bebé. Que Pipo debe regresar al mundo de fantasía de los amigos imaginarios. No sé qué lugar es ese. Pipo tampoco lo conoce.
"No debes confiar en los adultos, siempre dicen mentiras. Buscan quitarte algo, lo que sea. Y si los dejas, les pertenecerás".
Los abusones siempre me persiguen cantando burlas con sus voces chillonas, golpeando mi cabeza contra el muro. Me persiguen por todos lados hasta saciar su cuota de humillación diaria. La última vez le arrancaron un brazo a Pipo. He dejado de ir a la escuela.
En la esquina de mi calle, el viejo de barba blanca siempre me llama para regalarme dulces. Pero me da asco cuando ríe. Abriendo su oscura cavidad y dejando asomar los podridos dientes que aún le quedan en la boca hedionda. Ha querido alcanzarme, hundir sus dedos en mi carne. Acerca sus manos arrugadas de uñas negras. Y remoja sus labios con la lengua como si yo fuese un bocadillo. Prefiero tomar algunos pastelillos a hurtadillas de la tienda. Ahí nadie parece fijarse en mí.
Paso el día entre las cajas y los desechos de la calle, sitios abandonados. Juego a recolectar tesoros perdidos y a veces encuentro cosas útiles que intercambiar con un tipo raro del vecindario. A veces me recompensa con alguna moneda o más, si se trata de algo “bueno”. Es divertido ser un explorador caza tesoros. Pero siempre debo volver a casa al atardecer.
Cuando mamá regresa debo tener listo el vaso con agua y su medicina para la jaqueca. Siempre tiene dolores terribles que la hacen estar de mal humor. Dice que le explota la cabeza mientras busca el sofá tambaleándose. Más me vale tener pronto alivio a su malestar. Es lo que debo hacer. Agradecer que me trajera al mundo aunque fuese aquello que le destrozó la vida. Se lo debo, después de haberla hecho perder su bella figura y hacer que el amor de su vida la abandonara. Es culpa mía y debo pagar mi deuda. Pipo dice que ya pronto no le deberé nada.
Se queda dormida después de llorar, con la foto de "su hombre" en una mano y el vodka en la otra. Es ahí cuando puedo darle un beso y llamarla mamá. No sé por qué me gusta imaginar que todo es diferente.
Pipo me arropa después de leerme las viejas historietas que sacó del basurero. Me habla de los lugares donde ha vivido y ha prometido llevarme con él. Siempre dice que éste no es mi lugar, que hay algo mejor si estoy dispuesto a dejar todo atrás y hacer exactamente lo que él me diga.
Anoche olvidé como un tonto llevar a Pipo a su escondite antes que mamá lo viera. Estaba furiosa, más que de costumbre. Comenzó a gritar repitiendo que yo era un error, ¡un error!, ¡un error!... ¡Ese asqueroso muñeco y tú son un maldito error! Lo dijo con los ojos rojos mientras azotaba a Pipo y me tomaba por el cuello con mucha fuerza. Mis pies no alcanzaban a tocar el suelo. Trataba de zafarme, pero mi cuerpo se convulsionaba por la falta de aire. Solo podía ver con horror como mi amigo se deshilachaba en silencio, me miraba con sus botones fijamente. En un segundo el rostro de mamá estaba completamente distorsionado y escupía sangre. No pudo seguir gritando con el trozo de espejo que le atravesé en la garganta. Fue así que nos soltó a Pipo y a mí.
No habría más golpes, ni regaños. No más pastillas, vasos de agua, botellas vacías, ni comida podrida. Podría dormir tranquilamente con Pipo entre mis brazos.
Con un poco de cinta logré curar a mi amigo que susurraba que ya era tiempo. Tomé mi chaqueta roja, até los cordones de mis tenis y crucé la puerta de la casa por última vez.
Pipo mostraba una sonrisa de satisfacción que nunca antes le había notado. Ahora solo seríamos él y yo. Aunque creo que siempre fue así.
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