12/05/2016
Ella avanzó sigilosamente hasta la mesa.
-¿Qué haces?- dijo confianzudamente mientras tomaba mis hojas de trabajo.
-Dibujos para un cuento- respondí. A penas me había percatado de su presencia.
-¡Esta no es una princesa ni una reina!- señalaba un personaje de mi borrador con el dedo y mirada firme.
-No lo es si la traen sucia y menos si la encierran… así no se puede.- Terminó su juicio con un tono triste y casi en un murmullo. Y así como vino a mí, se alejó.
Solo alcancé a decirle -¡Cuídate!
Antes la había visto ir y venir, pidiendo un poco de comida, recogiendo cosas de la basura. Pero jamás le había observado con detenimiento.
Una mujer joven, con ojos vivos a pesar del hambre. La suciedad le ocultaba la belleza, como si fuese un tesoro prohibido y la convertía en leyenda.
De lejos, se le cree débil, aunque, ¿realmente puede carecer de fuerza alguien que sobrevive durmiendo en las calles?
Ese día me dio por pensar como había llegado a caminar por ahí hablando sola. Quizás ella escuchaba voces de su pasado.
Interrumpí mis labores para seguirla sigilosamente. Mi curiosidad había despertado y no hubo manera de detenerla.
Tenía las manos finas, llenas de tierra y grasa, pero libres de callosidades. No han tenido trabajo rudo al parecer.
Su vida como indigente tendría que ser reciente, pues su cabello y rostro no parecían tan quemados por el sol.
Habló de princesas y de encierro. Imaginé que en verdad la encontraría en otros tiempos en lo alto de una torre asomada a la espera de su príncipe azul. Rodeada de una fosa con lava o cocodrilos.
Pero tristemente su héroe al rescate nunca llegó.
¡Su postura al andar era tan diferente!
Incluso yo misma me erguí con rubor en el rostro al compararme con su caminar. Parecía a penas tocar el suelo.
No llevaba nada en el cuello, ni sus orejas tenían adorno alguno.
Llevaba el uniforme escolar de alguien mucho más grande que ella. Los zapatos parecían herirle los pies. Toscos, desgastados, duros.
Noté como se mecía su cabeza delicadamente cuando alguna melodía suave ondeaba el aire a su alrededor desde alguna tienda.
¿Sería hace tiempo una Prima Ballerina?
Guardó silencio por un momento y entrecerró los ojos. No podía bajar la guardia ni un instante estando sola. Alguien podría robarle los tesoros que guardaba en un saco que traía a la espalda. Tal vez unas zapatillas de ballet se escondían en el fondo.
La fosa cambió en mi mente transformándose en un escenario con luces que la hacían lucir como un ángel. Con un tutú blanco y pedrería coronando su cabeza.
Continuó su andar. Me hizo gracia imaginarla avanzar de puntitas sobre el asfalto.
Más adelante, sonó una canción popular. Ella de inmediato comenzó a cantar, fuerte y afinada. ¡Así que poseía la gracia de una voz hermosa!
Quien pasaba junto a ella, la miraba asombrado. Pero su fama de revoltosa y peleonera hacía que siguieran de largo.
¿Y si en realidad era una cantante que cayó en desgracia por un amor prohibido?
¡Vaya dramas que se traen siempre los que se dedican al espectáculo!
No sería raro que fuese amante de un poderoso empresario y que este por venganza hubiese menguado su carrera. Nadie la contrataría por su causa.
Su vestido rojo con lentejuelas le cubría el cuerpo mientras ella sostenía un micrófono en las manos. Desde una mesa al fondo en las sombras, era observada por su amante.
En eso andaban mis pensamientos, cuando escuché a las chismosas de los alrededores con sus lenguas viperinas referirse a ella.
-¡Ya anda por aquí otra vez!
-¿Qué no le da pena que la vea su familia toda mugrosa?
-¡Qué le va a importar si está loca!
-Bueno si yo hubiera perdido a mi esposo y a mis hijos en un accidente tan horrible yo también me hubiera vuelto loca.
-¡Más aún, si igual que ésta, me enterara mientras andaba de parranda en los bares con mi amante!
-Dicen que de todos modos un día perdería la razón como su madre. ¡Pobre Don Gerardo! primero se mata su mujer y ahora su hija anda en la calle pidiendo limosna toda demente.
De improviso callaron. Ella las miraba desafiante, como a punto de gritar o gruñir. Cada una se desvaneció en silencio y con la cabeza gacha.
La indigente, princesa, bailarina, cantante, esposa y madre… la amante; tomó su saco de pertenencias mientras se pasaba la mano rascándose la nariz. Y se alejó volviendo a su monólogo interminable.
Me dejó llena de sueños y con una gran duda. Ahora ya no sabía si seguir como dibujante o cambiar a la profesión de escritora.
Fin.
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